viernes, 13 de junio de 2014

La vuelta que no fue vuelta


Volvíamos del Machu Picchu y yo me preguntaba que nos deparaba el viaje, que más después de esto?
Volvimos a Cusco después de algunos malos ratos. Sí, obviamente en los viajes también pasan cosas malas, eso lo hace real. A medida que nos adentrábamos en esa ciudad mágica los enojos se iban, la energía que irradia ese lugar, la gente, ese aire nos iban limpiando y recargando para seguir felices.
Volvimos al hostel en donde estábamos y después de charlar un rato nos hicieron el favor de darnos una pieza que valía el doble de los que nos cobraron. Esa noche descansamos bien ya que al otro día nos íbamos a despedir de Cusco para seguir viaje hacia el oeste buscando acercarnos a las costas peruanas.
Al otro día desayunamos tempranito en el hostel. Después nos fuimos al encuentro con Adri, una gran amiga que casualmente estaba en Cusco. Pasamos unas horas caminando por la ciudad y terminamos charlando en un lugar llamado el valle de la luna que queda en las afueras de Cusco. Fueron horas, pero fue muy lindo encontrarnos allá y poder compartir un rato.


Nuestro bus salía a las 20 horas así que pasamos por el hostel a buscar las cosas, fuimos a la terminal de Cusco y de ahí abordamos un bus que nos llevaba a Arequipa. A las 7.30 horas del 17 de enero estábamos en la terminal de Arequipa empezando "la vuelta". Pero la vuelta no era tan vuelta porque nos seguíamos alejando y ni nos imaginábamos todas las vivencias que nos esperaban.
Copio textual lo que escribí en el cuaderno esa mañana:
"Empezamos la vuelta, estamos en Arequipa a 150 kilómetros de las costas del Perú, es decir a 150 kilómetros de conocer el Océano Pacífico!
Son las 7.30 am de un día soleado, hermoso, en Arequipa. Estoy muy feliz! Cuando terminemos de desayunar vamos a ver que hacemos. Sigue el viaje.."


Después de idas y vueltas dudando de que hacer, seguimos rumbo a un ex pueblo portuario llamado Mollendo. Mientras viajábamos nos dimos cuenta de que el paisaje había cambiado, ya no estábamos en los bosques verdosos del Perú, acá solo había desierto y eso nos impactó muchísimo ya que no acostumbrábamos ver zonas tan áridas. La gente vive ahí, en la nada.. Impresionante!


El desierto parecía interminable; bueno, no lo era, de golpe divisamos el mar! Si, era el océano Pacífico, lo conocí y el me conoció a mi. Se podría decir que fue algo así como amor a primera vista. La mar estaba ahí esperándonos, solo teníamos que animarnos a llegar hasta ella.
Llegamos con remeras mangas largas, campera, medias altas y pantalones largos; claro, veníamos de un lugar donde el clima era totalmente diferente. Inmediatamente nos pusimos en modo playa, el viaje mutaba y nosotros nos debíamos adaptar. Recorrimos la ciudad, fuimos al mercado a comprar unas frutas y panes, y nos tiramos en una plaza a almorzar. Todavía nos quedaban unas paltas que habíamos bajado de un árbol volviendo del Machu Picchu así que me animé a hacer guacamole. Descansamos un rato y nos fuimos a ver adonde podríamos pasar la noche, para estas alturas contábamos con muy poco dinero, lo que hacia imposible que nos podamos pagar un hostel. Dimos unas vueltas y se nos ocurrió ir a hablar con el sacerdote de una parroquia, tal vez él se apiadaba de nosotros. Nos dijeron que él no estaba que vengamos más tarde, entonces nos fuimos a caminar a la playa y de paso buscar un plan B en el caso de que el sacerdote no nos ayudara. Ahí fue donde nos encontramos con la playa de Mollendo y toda su demencia.


Volvimos unas horas después a la parroquia, esperamos un poco más y nos atendió el sacerdote. Tuvimos una charla llena de preguntas de todo tipo, hablamos del viaje, de que buscábamos, de que hacíamos de nuestras vidas y nos terminó dando un lugar para dormir a cambio de que limpiemos y ordenemos un sector que se encontraba al lado de la iglesia.
Como venia siendo costumbre el lugar adonde nos alojábamos superaba las expectativas que teníamos. Solo buscábamos un espacio para tirar las bolsas de dormir y poder descansar tranquilos sin miedo a despertarnos sin nada. Estábamos parando en una pieza con baño, teníamos agua, luz, mucho lugar para acomodarnos unos días, estábamos tranquilos y nos sentíamos cómodos ahí.
Al día siguiente estábamos disfrutando de la playa, de la mar, las olas eran muy buenas pero nos dijeron que la gente no acostumbra hacer surf ahí, que desperdicio.


De apoco nos fuimos conociendo mejor con la gente de la parroquia. Conocimos a tres personas muy bondadosas: el padre Edwing era el cura párroco, Luis era el sacerdote primerizo y Javier estaba pintando y arreglando las habitaciones que estaban al lado de donde nos alojábamos. Fueron muy hospitalarios, especialmente el padre Luis quien nos llenó de comida de regalo, nos invitó alfajores de la zona, galletitas y una bolsa de aceitunas negras que elpela disfruto contento. Después de dar una de sus misas el padre Luis nos invitó unos pollos a la braza que estaban exquisitos! Fue lo mejor que nos pudo pasar porque de otra manera no íbamos a poder comer algo así. Estábamos muy felices, si no nos creen solo miren esta imagen:


En esos días conocí los atardeceres del pacífico, más lindos no pueden ser. Nos hicimos un mate con elpela, agarramos los alfajores que nos regalaron y nos fuimos a un mirador a esperar a que el sol se esconda por atrás del mar.



Después de unos días en Mollendo decidimos que el domingo a la mañana nos íbamos. Podríamos habernos quedado muchos días más ahí: estábamos muy cómodos, el lugar era increíble, nos llevábamos muy bien con nuestros anfitriones y ellos no querían que nos vayamos todavía; pero las cosas se daban así y si no seguíamos viaje la vuelta se iba a hacer interminable.
Mientras preparábamos todo para irnos apareció Javier y nos pusimos a charlar por ultima vez -él no quería que nos vayamos ese día e intentaba convencernos de cualquier manera-, cuando me acerqué para darle el abrazo de despedida me dio 20 soles, yo no lo quería aceptar sabiendo que él era una persona muy humilde pero obviamente era imposible rechazarlo, me lo estaba dando de corazón. Fue una despedida llena de emoción, la plata no era lo importante, el gesto era gigante, Javier era un pintor y albañil que quizás ganaba eso ese día trabajando, me contuve para no llorar.. El viaje nos llenó de enseñanzas, aprendimos todo el tiempo, aprendimos de situaciones como estas que se repetían desde el comienzo, de personas como Javier que te daban lo poco que tenían. Demostraciones de amor que seguían apareciendo, hermandad latinoamericana.
 De ahora en más el viaje debía ser casi exclusivamente a dedo. Todavía nos quedaba mucho camino por recorrer, unas cuantas historias por escuchar, lugares que conocer y más momentos de incertidumbre para seguir sintiendo que estábamos vivos, más que nunca!