lunes, 21 de julio de 2014

El comienzo del otro viaje

El 17 de enero habíamos llegado a Arequipa y de ahí nos fuimos para las costas peruanas a conocer el océano Pacífico. Después de eso todo cambió. Es como si al mojarnos los pies en las aguas saladas y después de contemplar los atardeceres sobre ese mar comenzó, sin querer, el otro viaje. Nada tenia que ver con lo que veníamos haciendo, ni como lo hacíamos: las energías cambiaban, la gente, los paisajes, las comidas, las opciones. Inevitablemente nosotros debíamos cambiar también.
Después de unos días increíbles en Mollendo, y agradecidos a la vida por haber conocido a Edwing, Luis y Javier, seguimos camino. La idea era bajar por las costas peruanas hasta entrar en Chile, unas vez ahí nos íbamos a encaminar al desierto de Atacama para cruzar los Andes y volver a nuestra Argentina. Pero para eso todavía faltaba.
Nos fuimos de Mollendo hasta un lugar llamado El Fiscal, nos dijeron que ahí íbamos a encontrar camiones que nos lleven hasta Tacna, y encontramos.. Un camionero de poco hablar -hasta ahora anónimo para nosotros- y su hijito que viajaba con él por esos días, nos llevaron hasta un peaje a unos 200 kilómetros. No nos llevó hasta el sur del Perú pero recorrimos un trecho que no es poca cosa cuando se anda a dedo. Almorzamos y volvimos al borde de la ruta a esperar que llegue algún ser piadoso; mientras me puse a charlar con un guardia del peaje que era amante del fútbol y por ende amante de Messi, Maradona y la Argentina. Habían pasado muchos no y ya comenzábamos a pensar en dormir ahí esa noche, estábamos en medio de una charla más que interesante sobre el Diego Maradona fuera y dentro de la cancha cuando llegó un camión que transportaba GNC y corrí a pedir que nos lleve. Desde el comienzo nos dimos cuenta que era un gran personaje, mientras hablaba conmigo y se resistía a llevarnos peleaba precios con los vendedores de panes que estaban en el peaje. Después de unas cuantas vueltas aceptó llevarnos; él iba hasta Arica -el primer pueblo chileno que limita con Perú-, nos iba a dejar en Tacna -el últimos pueblo peruano antes de pasar a Chile-, que más podíamos pedir.
Nos acomodamos en el camión y nos presentamos con Elpela, el conductor era Alfredo, un tipo acelerado, muy chistoso, lleno de historias novelescas. Como diría la letra de Sabina y Neruda: Para los marineros en cada puerto una mujer espera, bueno para los camioneros, según Alfredo, en cada paraje una mujer espera. Era increíble la cantidad de historias de amoríos de este camionero galán. Por suerte capté el momento en que nos contaba una de sus tantas aventuras, observad como lo miraba Elpela!





















Pero Alfredo -o Trujillo, como lo apodamos ya que nos contó que de por ahí venía- no era monotemático, en el viaje también hubo tiempo para charlar de las familias, adonde habíamos nacido, para filosofar de historia peruana y de cosas que debíamos hacer antes de salir de su país. Para él era inconcebible que estemos saliendo del Perú sin tomar la gaseosa nacional, la Inca Kola, si así se llama.. Entre anécdotas que pasaban el viaje por el desierto peruano si hizo muy ameno y termino pareciendo rápido. Llegamos antes del anochecer a Tacna y tocaba despedirnos, Trujillo nos compró la famosa gaseosa Inca Kola, y nos despidió a los gritos.


Caminamos un poco buscando un lugar -muy- barato adonde dormir y lo encontramos, era un hospedaje de mala muerte, pero con TV jaja. Sabíamos que al pasar a Chile todo se iba a volver más caro así que disfrutamos ese lugar porque no sabíamos que nos deparaba el camino. Pedimos prestado un mapa e intentamos pensar posibles rutas, nos tomamos unas sopas instantáneas y mientras Elpela sufría de dolor de oído yo miraba en ese televisor sucio  Charlie y la fabrica de chocolate, todo tenia sentido.. No?
Al día siguiente, después de haber vivido momentos que marcaron un antes y un después en nuestras vidas, dejamos el Perú para encontrarnos con Chile y su primer ciudad, Arica. Era un lugar hermoso en donde nos sentimos muy alegres desde el comienzo. Llegamos e inmediatamente bajamos a la playa, pasamos la mañana y la tarde ahí. Se nos ocurrió dormir en la playa, no teníamos carpa así que decidimos que cuando baje el sol iríamos a instalarnos a la casita de vigilancia del guarda vidas. Fuimos al centro a conocer un poco la ciudad y su gente. Entramos a un supermercado y nos pusimos a mirar minuciosamente comidas y precios. Elpela, como no podía ser de otra manera, encontró una promoción de chorizos y yo encontré unos vinos copados. Esa noche salían choripanes y vino, gran cena para empezar a caminar un nuevo país!


                                           

Volvimos a la playa a buscar un buen lugar para hacer esos choris asados. Inventamos una parrilla con cosas que íbamos encontrando y esa noche nos dimos una panzada, 10 choris, vino y a dormir en nuestra suite, la casita de los guarda vidas. Ahí van algunas imágenes de la noche del chorivino:

                 
                                                   

Dormimos muy bien, con el ruido de las olas de fondo. Nos despertamos con la salida del sol y los primeros ruidos de la playa en la mañana.
En la noche anterior, mientras estábamos en el supermercado, nos pusimos a hablar con un chico de la ciudad que casualmente hace 2 años estudiaba en Córdoba. Su nombre era Carlos, y era un amante de la banda argentina "Divididos" al igual que nosotros, quedamos en juntarnos al otro día. Siendo sinceros nosotros queríamos pedirle alojamiento o por lo menos un baño para una buena ducha, no nos pudo alojar en su casa pero nos llevó a un baño publico -impecable- que quedaba en un subsuelo, bajo una plaza; lo que nos llamó mucho la atención ya que no habíamos visto en otros lugares cosas parecidas. Después del baño Carlos nos invitó Ceviche -que es básicamente pescado cocido con el ácido del limón- y seguimos caminando la ciudad. Cuando vimos el morro emblema de Arica le preguntamos a Carlos y fue donde completamos la historia que nos había contado Trujillo mientras viajábamos en su camión.


Me detengo en esta historia porque es muy interesante. La mano viene más o menos así:
Hace casi quinientos años Arica fue el puerto por donde salia la plata y el oro que se sacaba de Potosí -si, todo nuestros viaje se conectaba de cierta manera-, y por ende era una ciudad peruana. En el año 1880 durante la guerra del Pacifico, Chile tomó la ciudad de Arica, la batalla culminó en ese morro enorme que vemos. Y lo que me llamó la atención en todo esto es un personaje, Alfonso Ugarte, él era un empresario agricultor que se alistó al ejercito peruano para defender sus tierras y llegó al extremo de saltar del morro con su caballo cuando vio que lo acorralaban y la batalla estaba perdida. Acto heroico le dicen, como yo no entiendo a la guerra Ugarte me da un poco de pena. Desde aquel día Arica pasó a poder chileno, sino quizás mucha gente que vive ahí tendría documento peruano. Que locos son los limites o fronteras, los intereses, los fanatismos que llevan a cosas como estas. Que miedo..
Sé que me fui por las ramas pero no lo pude evitar, ahí vuelvo.
Después de comer ceviche nos fuimos al muelle un rato a disfrutar del mar. Luego Carlos nos llevó a un lugar adonde hacer dedo y nos despedimos.


Después de estar un rato bajo un sol que nos estaba asando lentamente decidimos tomarnos un bus e ir a un mejor lugar para encontrar alguien que nos lleve. Recorrimos unos cuantos kilómetros y terminamos en un control de carabineros, estuvimos dos horas haciendo dedo y nada. En un momento para un auto, se baja una niña con su madre y entran a una tienda, Elpela va a hablar con el hombre que quedó en el vehículo y lo convence de que nos lleve. A los 5 minutos vuelve la mujer y su hija, y a la niña se le escapa lo que su madre había dicho al darse cuenta de la situación, fue un momento muy gracioso. Ni bien se acercan adonde estábamos la nena le dice al padre: "mamá dice que te va a matar".


Nos subimos al auto, Elpela adelante y yo atrás con la mamá enojada y la niña simpática; primero fue una situación muy incomoda pero al rato se soltaron y terminamos hablando y riéndonos todos.
Nos dejaron en las afueras de un lugar llamado Pozo del Monte, en el medio de la nada: la ruta, a unos metros una casa con unos cuantos perros guardianes, la noche, el frío y nosotros instalándonos en una parada de colectivo con forma de casita. Colgué la hamaca paraguaya y el pela se acostó en un banco, esa noche pasamos frío.


Al otro día ni bien asomaba el sol, nos despertamos, desayunamos, nos colgamos las mochilas y a la ruta de nuevo. Después de idas y venidas, de "dedos fallidos", pidiendo precios y contando las monedas, llegamos en bus a San Pedro de Atacama, no teníamos idea adonde estábamos, pero la energía del lugar ya se empezaba a sentir.
Antes de partir había leído que uno necesita menos de lo que piensa para emprender un viaje; en esos momentos, después de recorrer cientos de kilómetros con gente que nos llevaba de acá para allá, que nos alojaban y nos invitaban a comer, me daba cuenta que lo único que uno necesita es la valentía para hacerlo.
Nunca me imaginé que con tan poco podía viajar..¿Tener la valentía de poner todo lo que necesitas para vivir en una mochila y abrir la mente a las nuevas experiencias es poco? Como diría un loquito que conocí por ahí "hay que salir a vivir la vida".